El campo florece en primavera. Las flores a las que no pongo nombre adornan el paisaje con pinceladas de amarillo, morado y rojo. Las colinas verdes. ¿Quién dijo que Castilla es un erial? La vastedad del campo, la inmensidad de un recorrido que ahora han señalizado con flechitas y carteles para los curiosos. Balcón del Henares, pone.
Me gusta pasear de mañana cuando es difícil toparse con un semejante. Los caminos abiertos, la luz del sol cortada por nubes que amenazan con descargar. «Será por la tarde». Y a lo lejos una cortina de gris en movimiento. Eso es lo que se ve cuando observas llover desde lejos. El campo que huele a húmedo y el sol que no termina de apretar, aunque se está demasiado bien como para quejarse de algo.

En un impulso por crear, decidí llevar conmigo la cámara con el 16 milímetros. Además de la grabadora que siempre acaba en la mochila. Hoy no puedo acercarme a los pájaros y un milano me sobrevuela. Por un momento creo que va a cazar algo porque desciende rápidamente y desaparece de mi vista, pero luego vuelve a surcar este cielo de mayo enrarecido. Para cuando me quiero dar cuenta, la tregua se acaba y rompe a llover. No diluvia, pero el agua moja igual.
Llevo una gorra que impide que las gafas acaben llenas de agua y limiten lo que veo. Sigo usando la cámara porque la conozco como si la hubiera hecho yo. Estas cuatro gotas no pueden con ese cacharro forjado por algún pobre asiático. Y con el objetivo tampoco. El parasol puesto para evitar roces indeseados y gotas de agua en la lente y a seguir, si total ya me he mojado.

Las golondrinas no se esconden de la lluvia. Antes creí haber escuchado lo que me pareció una cotorra de esas que anidan en los árboles de Madrid. Vaya cosas. En una valla que impide que algún despistado se precipite, hay unas llaves que penden de un pedazo roído de cuerda. ¿Quién ha dejado allí unas llaves? Eso no es un descuido. Quizá alguien las encontró y decidió ponerlas ahí, a disposición de su dueño. Quién sabe.

Cuando enfilo el camino a casa veo que ya ha trascurrido bastante mañana desde que partí. Entonces recuerdo el poema que escribí ayer noche antes de que me venciera el sueño.
Levántate. Camina y observa. En silencio. Levanta la vista; más allá de tus zapatos nace el mundo. Mira. Detente y escucha. Todo parece ajeno. Porque nada es tuyo. Calla, no hay nada que decir. Y álzate cuando sea necesario. Que la justicia la inventamos, pero he de ser libre como me hicieron. El mundo que siempre estuvo. La llamada silente de la otredad.
Deja una respuesta