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Perder de vista

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El estudio del dolor me asombra. No sólo del dolor físico, sino de aquello que nos carcome, que nos quema en el pecho u orbita la cabeza antes de quedarse dormido. ¿Acaso hay algún teorema para explicar cómo y por qué algo duele? Supongo que sí, pero lo desconozco.

Los individuos nos relacionamos con el mundo a través de nuestros sentidos, claro. La vista y el oído son fundamentales. Escuchar que algo se mueve: está vivo. Ver que el sol vuelve a aparecer por aquellas lejanas montañas que de noche muestran calles iluminadas en las laderas: estás vivo.

A veces me gusta ver el mundo como si mis ojos fueran mi cámara de fotos. Me gusta la fotografía, llevo años practicándola. Si algo no aparece en el encuadre, no está. A no ser que deje un rastro; una evidencia que denote su presencia allí donde ahora ya no está: una sombra, una huella, una marca. Es lo que no se ve, pero se intuye. Elementos que construyen la realidad porque el todo se asume inabarcable.

Son esas piezas las que configuran el muestreo del dolor. Aquello que se ha perdido. No hablo de algo que se pueda encontrar, sino de lo que se esfumó y ya no es. Por eso me gusta la fotografía. Porque puedo ver y congelar cosas que han sido y terminarán por irse, acabar. Un pajarito en una antena que en primavera todavía es muy joven. Quizá no vuelva a verlo o se muera mañana. Pero ahí está, piando en el silencio de la imagen fija. O la ola que va a romper, que estará por siempre como una energía en potencia. La moto que sube, el coche que viaja, alguien que mira a cámara.

Lo que no se ve, no está, pero quizá estuvo. Tuvo su momento, como lo tenemos todos y hasta luego. Se quedó fuera del encuadre, sin una huella, sombra o marca que nos hable por sí. Eso significa perder de vista. No sentir. Podría decir: perdí de vista las tardes de verano cuando la pista de fútbol estaba tan caliente que te quemabas los pies. Y, aun así, seguiría fuera del marco. Ya no hay canchas calientes, ni suelas ardiendo. No para mí.

Hablan de trascender, que no es más que la sombra en la foto. Algo que diga «eh, por aquí anduvimos; hicimos lo que pudimos». Pues vale, se dirán los otros. Ya no es el centro de la imagen. ¿Un bodegón de huesos de aceituna? Otros que hablen de uno, me digo. Pero mientras siga empuñando la cámara, que no me jodan y me dejen hablar a mí.

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