Por la noche la calle se transita a sí,
mojada tras la lluvia queda en el abismo del silencio
aguardando el paso sobre el charco que abra de nuevo el día.
Y desde su suelo y las ramas de sus árboles
se divisa un panorama ajeno a todo lo que a su alrededor ocurre.
Sucede que no suele cambiar más que cuando quiere.
Indomable el asfalto se mantiene impertérrito,
como ausente a su inevitable humillación cotidiana.
Y los coches chapotean en océanos de miniatura.
Los pájaros que quedan por estas fechas
se afanan en hidratarse. Otros emprenden
en estructura admirable un viaje más allá del aquí.
Y ahora se calan los árboles vergonzosos,
despojados ya de su ropaje;
exhibicionistas con alma de madera.
Las hojas meditan en su último vuelo
si hicieron bien en nacer.
Los hombres caminan sobre ellas
sin saber lo que hacen.
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