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El odio

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La mañana se levantaba gris sobre Guadalajara. La lluvia caía hasta bien entrado el día. De repente, paró sin más y un sol a medio gas salpicó el cielo renovado. Como si todo estuviera planeado para la visita del presidente del Gobierno Pedro Sánchez a una ciudad que rara vez sale en las noticias.

Un anciano hacía presagiar la que estaba por venir. El hombre increpaba a la policía que hacía guardia para mantener el orden en la visita del presidente al centro de vacunación ubicado en el Polideportivo San José. «Sinvergüenzas. Sólo protegéis a estos chorizos. Y a la gente honrada no», se oía mientras una multitud atónita presenciaba el estallido de un señor enfadado.

Minutos más tarde llegó Pedro Sánchez acompañado de todo su séquito. Coches oficiales, ventanillas tintadas, furgones policiales y escoltas protegían al presidente del pueblo. De un momento a otro, una avalancha de ira inundó la acera en la que los cuerpos de seguridad mantenían a la muchedumbre. Silbidos, insultos, reproches y gritos para hacerse notar. Como si se tratase del minuto del odio en 1984. El repertorio parecía no tener fin y mientras el presidente subía en su coche oficial una cuesta que se le hacía eterna, el griterío se hizo incuestionable.

La seguridad del presidente trató de mantener siempre lejos a los curiosos y a los manifestantes. Parecía que la premisa pasaba por que el presidente del Gobierno hiciera todo lo posible por ignorar la realidad de puertas para fuera. No se dejó ver ni un pelo. Comenzó raudo su visita por las instalaciones mientras que la muchedumbre se mostraba ya apesadumbrada. «Mírale, ni se le ha parado», comentaba una señora mayor con rostro serio. Un coche se paraba a preguntar. «¿Qué pasa aquí?», preguntó la conductora. Un servidor le contestó que había venido Pedro Sánchez. «Pinocho, porque sólo sabe mentir», sentenció aún con la ventanilla bajada mientras continuaba su camino.

La única forma de poder ver a Pedro Sánchez fue desde la Calle de Atienza. Eso sí, a través de una valla blanca en un instante fugaz. «Señores, sepárense de la valla. Deben ponerse en la acera de enfrente. Hoy hace muy buen día para dar un paseo», comentaba un miembro del gabinete con el pin de la Agenda 2030. Así, y tras desviar varios vehículos que no podían entrar al aparcamiento, incluida una furgoneta con tres trabajadores a la que se le dijo que se dieran una vuelta y que volvieran media hora después, fue el paso del presidente por Guadalajara.

Pedro Sánchez junto al presidente de Castilla La Mancha Emiliano García-Page

«Este es un sinvergüenza que hace unas leyes de mierda», comentaba en alto una mujer algo agitada que esperaba poder ver a Pedro Sánchez. Pero el político pasó como un fugaz fantasma por las zonas visibles al público; quizá para mantenerse en forma y sacarse la fotografía del día: la que le sitúa junto a Araceli, la primera vacunada en España.

Casi todos los presentes en el acto que por poco paraliza la ciudad tenían en común una visceral aversión por uno de los personajes que más antipatía ha generado estando en la política española. La crispación se respiraba en el ambiente y resulta evidente que Pedro Sánchez también ha sido testigo de unos gritos amortiguados por la distancia.

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Porque lo que ha parecido es que el presidente no quería pasar junto a la gente. Ni siquiera que se le vinculase con una mirada al gentío. Todo mecanizado como una coreografía ensayada en la que no fallara nada. Lejos hasta para una distancia focal de 300 milímetros.

Dentro, los elogios a la campaña de vacunación, pero fuera se mantuvo el odio. Algo que llevó a toda esa gente a gritar, pitar e insultar a lo que creían que era su presidente; porque de su figura, ni rastro. La crispación que quizá se debería tener en cuenta para preguntarse qué ha hecho o ha dejado de hacer este Ejecutivo para que su presidente deba permanecer lejos de los ciudadanos.

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