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Cuando aprendimos a predecir el futuro

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En marzo de 2020 se produjo un acontecimiento tan sorprendente como aterrador. La gran mayoría de ciudadanos comenzaron a predecir el futuro con altas tasas de acierto. Este hecho, que en un principio puede parecer gracioso, se ha convertido en el mayor quebradero de cabeza para personas de toda clase y condición durante los últimos diez meses.

Desde el inicio del confinamiento y el impacto de una pandemia mundial en España, la mayor parte de los individuos se han habituado a escuchar, en muchas ocasiones sin llegar a interiorizarlo, cifras ingentes de fallecidos y contagiados diarios, nuevas restricciones en comunidades autónomas y consejos científicos que hay que poner en cuarentena durante un par de semanas.

El confinamiento supuso la adecuación de la vida tal y como se conocía a un nuevo imperativo mortal: exponerse al virus puede suponer la muerte propia o la de seres queridos. La sociedad globalizada que caracterizaba al mundo anterior al Covid-19 se quebró. Ahora el peligro son los otros. La distancia, lejos de ser metafórica, se convirtió en un elemento necesario para evitar el contagio de un virus que ha cambiado nuestro desarrollo vital.

Marina Vadillo, responsable de la atención a prensa durante la mañana en la que se administró la primera dosis de la vacuna del Covid-19 en Guadalajara, España

Todavía se desconoce el impacto psicológico que tendrá el coronavirus en las generaciones que han tenido que crecer y acostumbrarse al uso de la mascarilla, la distancia de seguridad y la socialización online. Aunque hubiera un horizonte cercano en el que se vislumbrara una salida a esta horrible pesadilla, todavía quedarían multitud de cuestiones a resolver. Sin embargo, algunas ya salen a la luz. Mucha gente ya no concibe el mundo en el que estuvo viviendo hasta hace menos de un año; un mundo sin Covid-19, mascarillas, restricciones de movilidad o miedo constante. Europa occidental no conocía la cola en los supermercados ni el desabastecimiento desde quizá el final de la Segunda Guerra Mundial. Varias generaciones han crecido sin tener que enfrentarse a la escasez generalizada, conflictos bélicos o enfermedades mortales de fácil transmisión.

¿Cuándo fue la última vez que nos juntamos sin miedo? ¿Cuándo viajamos sabiendo que volveríamos a nuestro origen sin problema? ¿Qué fue lo último que hicimos sin tener en mente al virus? Muchas preguntas rondan la cabeza de millones de personas, pero quizá ninguna es tan terrible como esta: ¿aprovechamos bien nuestro tiempo? Y es una pregunta que no tiene resolución aparente porque nadie pudo predecir con éxito la irrupción del coronavirus en el mundo y su inmediata expansión. Posiblemente, si tuviéramos la oportunidad de volver atrás, al mundo sin mascarillas en el que desarrollábamos una vida normal, haríamos cosas que ahora no sólo están prohibidas, sino que son peligrosas para nuestra salud.

Lo malo de estar inmenso en una crisis que pasará a la historia es no saber a ciencia cierta cuándo acabará. Se prevé que sea este año o el siguiente cuando la población reciba la ansiada vacuna, pero nadie puede asegurar que nuestra vida continuará como antes. Lamentablemente aprendimos a predecir el futuro. Ahora ya no hay nadie que apueste un euro a que en las noticias no se hablará del Covid-19, de nuevas medidas restrictivas, de contagiados y fallecidos. Somos videntes por obligación y esperamos ansiosos el día en el que el informativo abra con cualquier otra cuestión.

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