El coronavirus ha hecho que la desconfianza ya existente en los políticos y mandatarios se incremente has límites quizá desconocido. Puede que este aumento venga acompañado de las diversas tácticas que los diferentes partidos políticos emplean en redes sociales con el fin de desestabilizar y polarizar a la sociedad, pero lo que resulta evidente es la incompetencia a la hora de gestionar la mayor emergencia comunitaria que mi generación ha conocido.
La pasada semana saltaba la noticia de que Donald Trump confesó en una serie de entrevistas a Bob Woodward, periodista reconocido por destapar la trama Watergate junto a Carl Bernstein, que la gravedad del nuevo coronavirus era mucho mayor de la que estaba haciendo ver a los ciudadanos a través de las ruedas de prensa. En la entrevista realizada el 7 de febrero, Trump afirmaba que «simplemente respiras el aire y así es como se contagia. Es un asunto muy delicado. Es también más mortal que la gripe más grave. Es un asunto mortal». Posteriormente también decía que afectaba a gente joven y no solamente a ancianos como en un principio se quiso hacer ver.
Trump argumentaba que no quería causar pánico entre la sociedad, pero ¿no sería mejor el pánico que la catástrofe? Al parecer, esa medida también fue adoptada por la mayoría de presidentes y consejos de sanidad o seguridad nacional de la mayoría de países. No hace falta irse muy lejos para comprobarlo pues tenemos uno de los mejores ejemplo en nuestras casas con Simón, Sánchez y compañía.
Robert O’Brien, asesor de seguridad de Trump, también alertó al presidente estadounidense del peligro de la nueva pandemia, pero el magnate americano decidió hacer caso omiso e incluso se burló durante dos largos meses del uso de mascarilla y el alarmismo causado por la prensa. Todo hasta que la situación se volvió insostenible y vimos las imágenes de las improvisadas morgues en camiones frigoríficos o los enterramientos colectivos en Nueva York por la saturación del sistema sanitario. A partir de entonces, el presidente Trump tomó distancia con la posición pública de escepticismo para hacer frente a un virus que ya había causado el descontrol en el país.
En España, como en Reino Unido o en Italia, las cosas también se escaparon del entendimiento de los dirigentes cuando aún estábamos a tiempo de combatir al virus desde una posición privilegiada. Se dio por hecho que lo que veíamos a diario en China no eran más que invenciones del país asiático y que a nosotros, como civilización occidental, no nos podría suceder nada de eso. Pero sucedió y el marasmo de muertos se impuso en la «nueva normalidad» metida con calzador a una sociedad cansada de mentiras y eufemismos.
Se nos hizo confiar a la fuerza en el doctor Fernando Simón y su supuesto comité de expertos formado por él y sus almendras. Cuando se daba por sentado que no tendríamos más allá de algún caso se nos abren dos posibilidades: nos tomaron por tontos o los tontos son ellos. La negligencia global y acordada entre todos los presidentes y países hace que el pueblo se vuelva a plantear debates que se tornaban como ya superados. La sociedad se ha dado cuenta, o eso quiero creer, que un país no puede ni debe estar en manos de incompetentes funcionales.
Y no se equivoquen, no se trata de escoger un bando. Porque al igual que todos los telediarios reconocen el gravísimo error de Trump en su faceta pública al menospreciar al virus, también debemos ser conscientes de la ingente cantidad de mentiras que nos cuelan como un gol por la escuadra, aludiendo a la célebre frase de la exministra de trabajo Magdalena Valerio, día sí y día también los gurús de la salud pública y el bienestar de la sociedad de España.
Ha llegado el momento de replantearse cosas. Mejor dicho, de planteárselas por primera vez. ¿Por qué existía un tácito y sucinto acuerdo entre todos los países desarrollados por no causar pánico entre la sociedad? ¿A quién beneficia la nueva situación? No creo que nos encontremos ante las puertas de un nuevo orden mundial, y más teniendo en cuenta que la mayor fuerza económica de China se basa en la explotación laboral, es decir, en sus trabajadores. Que China haya tenido que parar la producción durante varios meses quiere decir que su situación ha sido igual a la del resto.
Un caso curioso es el de España. Tras las continuos ninguneos de los gobiernos de turno, el país europeo se ha visto en la cola de la UE en creación de empleo, desarrollo económico o libertad financiera hasta depender exclusivamente del turismo extranjero que cuando hay bien, pero cuando no a ver qué hacemos. Y en esas nos encontramos tras superar, o al menos eso dicen los mismos que nos mintieron en la cara, lo peor de la pandemia.
Nos mintieron todos sin objeciones de conciencia. De hecho, lo van a seguir haciendo. Pero estamos en un punto de difícil retorno y la sociedad debe ser consciente de eso.
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