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Los nuevos peligros generados por las redes sociales

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Las redes sociales han convertido nuestra vida en el objeto de estudio para organismos privados, opacos y multimillonarios. El usuario final no es más que una molécula insignificante dentro de un cuerpo de escala mundial que depende directamente de anunciantes, plataformas y, finalmente, de las decisiones tomadas por los usuarios de forma colectiva. Es decir, el usuario final, como persona dentro de una sociedad, se ve completamente incapacitado para poder crear o decidir tendencias, corrientes de pensamiento o de actuación sin la ayuda de las propias entidades a las que se pretende señalar, acorralar y corregir.

Esta afirmación nos lleva directamente a la conclusión de que, aparentemente, resulta imposible crear movimientos sociales masivos que pugnen por una libertad en redes que no tienen. Los usuarios ignoran la supuesta existencia de la libertad digital, pero no por ello quiere decirse que ésta sea menos importante o directamente inexistente. La libertad en la red es el equivalente a la libertad individual real, pero multiplicada exponencialmente debido a la cantidad de personas que habitan en las redes.

Los actos y su repercusión dentro del mundo clásico estaban bien definidos por la sociedad, que aceptaba su existencia y su papel en todo el asunto. Cada elemento que formaba la sociedad era un núcleo que irradiaba influencia dentro siempre de su círculo social. Es decir, la influencia de una persona corriente no podría llegar más allá de un puñado de personas, amigos o familiares, y se acabó. Las corrientes de pensamiento violentas se agrupaban en grupos de personas violentas y los movimientos sociales tales como el pacifismo o el ecologismo eran acogidos en mayor o menor medida por los ambientes sociales más familiarizados con estos términos. Sin embargo, la diversidad social de un barrio, ciudad o país estaba siempre limitada a los miembros que lo formaban y a su ideario expuesto en público. De este modo, dictaduras tradicionales como el fascismo italiano de Mussolini, el nazismo alemán de Hitler o el socialismo soviético de Stalin tenían perfectamente delimitado su campo de acción. No podían expandirse más allá de lo necesario. Es impensable que el fascismo italiano tratara de invadir Estados Unidos en los años treinta porque habría resultado material e ideológicamente imposible. Pero ¿por qué ahora se ve probable que Rusia hubiera intervenido en las elecciones estadounidenses de 2016? Probablemente porque sea verdad.

El proceso evolutivo de la tecnología doméstica y militar de la última mitad de siglo probablemente no tiene parangón en ningún ciclo histórico conocido. El ser humano, a pesar de poseer las mismas características que el homo sapiens de la Roma clásica, la Europa medieval o la América colonial, se ha visto expuesto a una cantidad de estímulos virtuales no conocidos hasta la fecha. La tecnología no ha dado margen de adaptación. La tecnología se ha impuesto por la fuerza; una fuerza nunca antes vista.

La fuerza de la masa no es nada nuevo: las corrientes dominantes son aceptadas por una mayoría independientemente de si en esa mayoría hay individuos contrarios a las mismas, los individuos divergentes tienen la opción de la aceptación y resignación o el camino del exilio, literal o moral. Todos los tiranos de la historia han utilizado a una minoría fuerte para dominar a una masa dormida y con el tiempo complaciente. Sin embargo, el empleo de las nuevas tecnologías no hace la división clásica entre tirano y liberador o democracia y dictadura; el nuevo empleo de las redes sociales ha creado una polarización social no vista desde inicios del siglo XX con los consiguientes riesgos que aquello trae consigo.

Estos procesos se hacen mediante algoritmos, que en su versión más simple no son más que conjuntos de operaciones que realizadas de forma sistemática ayudan a resolver un problema. La cuestión es que los gigantes tecnológicos han creado algoritmos perfeccionados con el uso de una inteligencia artificial para poder captar y comprender el uso que un usuario le da a una red o programa en concreto. Es decir, las inteligencias artificiales y algoritmos de Facebook, Google, Twitter o Instagram saben perfectamente los gustos, horarios, localizaciones y rutinas de todas las personas que tienen un perfil en la plataforma. De ahí se deduce el negocio de las plataformas.

La venta o no de datos personales por parte de estos gigantes de las tecnologías es algo que ahora entra en un segundo plano; es la publicidad el verdadero negocio de las redes sociales. Nunca antes había sido posible pagar por un anuncio teniendo la certeza de que x personas visitarían tu tienda vía web o tu perfil en redes sociales. Los anuncios en redes sociales funcionan gracias a la segregación de todos los usuarios en perfiles objetivos: el target o público objetivo. Las empresas que publicitan un producto o servicio en las redes sociales se valen de los datos recopilados por éstas para poner al alcance de los anunciantes una posibilidad inédita en la historia de la publicidad y el marketing.

Todo se basa en el contenido que se ve y en el tiempo invertido en verlo. De este modo, Instagram premia las publicaciones que poseen un alto grado de engagement, es decir la capacidad que tiene esa publicación de hacer que el usuario se involucre, interaccione y pase más tiempo inmerso en ese mundo virtual. De tal modo que las publicaciones menos atractivas serán más difíciles de encontrar que las que tienen un mayor tiempo de retención o feedback.

También sería interesante añadir el ejemplo de la red social del pájaro: Twitter. Un reciente estudio del MIT afirma que las noticias falsas se difunden seis veces más rápido que las noticias reales. Twitter, como Facebook hasta hace poco, no posee ningún organismo capaz de detectar noticias falsas para cortar su rápida propagación. Si estos elementos éticos existieran en las redes sociales probablemente la crisis causada por la pandemia de Covid-19 no hubiera llegado a tal extremo pues en los primeros meses del año se apoyaba a aquellos que tildaban de alarmistas a los médicos y científicos que avisaban de la peligrosidad de un virus desconocido. Los elementos de desacreditación oficiales y privados fallaron hasta tal punto que ya no se puede discernir entre la verdad, la mentira y las medias tintas.

Esto probablemente sea muy difícil para el usuario común porque las redes sociales impiden que se salga de su círculo de confort, es decir, cuando un usuario, de cualquier red social, se interesa por un tema que aumenta el tiempo de uso de la aplicación, los algoritmos automáticamente recomendarán a ese usuario más contenido relacionado ignorando las consecuencias que puede causar.

No existen elementos capaces de controlar lo que vemos, por qué lo vemos y cuánto tiempo, de ahí los problemas derivados de un invento en un principio revolucionario que a la larga se está convirtiendo en un arma de autodestrucción masiva. Las redes atacan desde dentro, aprovechan el despiste del consciente para que nuestra inercia siga deslizando el dedo por la pantalla infinitamente. Y si deslizamos el dedo hacia abajo aparecerán nuevos elementos, elementos desconocidos y excitantes que nos provocan una conducta impulsiva y autoritaria con el ahora. Necesitamos más y más para seguir alimentando nuestra conciencia de red. No nos basta con algo porque debemos sumarlo y tener más, más seguidores, más me gusta, más comentarios y más amigos.

Hemos convertido nuestra vida en un constante y real Show de Truman. Necesitamos ver y compartir, pero, además, hacer que los demás vean: crear. Creamos constantemente contenido de importancia cero con el fin de aumentar números sin relevancia en la vida real. Se cuelgan fotos y comentarios con el fin de que la gente vea lo que estamos haciendo o pensando, nos hiperexponemos sin pensar realmente en las consecuencias que puede traer consigo esta conducta en un medio o largo plazo. Los usuarios que nos sigan sabrán todo de nosotros, pero más sabrán las compañías a las que, gratuita y altruistamente, cedemos todos nuestros datos y la información que nos conforma en las personas que somos. Esa información se junta mediante procesos informáticos para venderla u ofertarla a anunciantes. Esos anunciantes la alquilan y crean su propia base de datos: finalmente la información se transforma en conocimiento de miles de millones de personas de todo el mundo.

El alcance que puede llegar a tener un anuncio de zapatillas parece no importar demasiado a nadie, pero cuando se habla de mensajes extremistas, ataques informáticos o corrientes negacionistas se pone en peligro la salud de toda una sociedad. También los partidos políticos utilizan campañas de publicidad en Facebook para ganar adeptos y votos sin que el usuario final lo sepa. Se realizan verdaderas estrategias de ingeniería informática con el fin de que el usuario final perciba sólo lo que el anunciante quiere que vea, ni más ni menos.

El auge de la polarización no podría entenderse sin las campañas de noticias falsas, desinformación mediática y el nuevo elemento comunicador de masas: las redes sociales. La aceptación de nuestra tribu social ha mutado en la aceptación de la aldea global de McLuhan. Ahora no sólo debemos contar con nuestro núcleo social, ahora somos partícipes del circo global de las redes sociales. Somos un usuario más dentro de los miles de millones y vemos al minuto las tendencias de Estados Unidos o el nuevo reto de moda, pero las redes sociales no han sido capaces de advertir sobre el peligro del coronavirus, ¿por qué?

Porque probablemente no hubiera anunciantes interesados en pagar para que la gente supiera algo fundamental; el miedo es malo y el alarmismo también. En las redes sociales triunfa el “modo fácil” de la realidad. Normalmente se muestra un único lado de la vida ignorando el resto con el consiguiente riesgo a aceptar. Nos venden campañas publicitarias de marcas de lujo, pero no se piensa en la salud mental de los niños que, excitados por anuncios de multinacionales, sueñan con tener la última sudadera de moda y el estigma social que provoca. No se habla de un cambio de panorama, se está dando la extinción de la sociedad conocida.

Así pues, mientras que muchos crecimos frente al televisor, las nuevas generaciones crecen en Instagram o TikTok con conductas que sexualizan el cuerpo innecesariamente o la necesidad de poseer el volumen más grande de seguidores. Las nuevas generaciones crecerán en el mundo virtual de la apariencia gracias al relativismo social dominante durante décadas. La permisibilidad social con la evolución de las nuevas tecnologías ha hecho olvidar a la mayoría lo que está bien y lo que no. Como los entes privados carecen de organismos de regulación éticos eficaces, los niños de hoy crecen bajo la supervisión de papá teléfono. La autoridad es quien dicte el algoritmo de Twitter y los elegidos son los que se enriquecerán mediante el uso perverso de las herramientas que se han creado.

Aunque no es una herramienta todo aquello que no tiene un fin preciso. Es decir, mi cámara de fotos es una herramienta para tomar fotografías, pero los métodos de control de las redes sociales no son herramientas, sino más bien métodos para llegar a un objetivo. En algunos casos es la compra directa y en otros simplemente el engagement.

El relativismo ha llevado a que se fabriquen verdades unipersonales, es decir, torres de Babel que únicamente son válidas para una persona. Por lo tanto, no se podría catalogar como conocimiento eso; no es una verdad demostrable ni un pensamiento argumentado, simplemente es una construcción de gustos, ideas y opiniones que hacen ganar dinero a las grandes aplicaciones que dominan el sector.

No sé a ciencia cierta hacia dónde va a virar la sociedad actual y sus nulos mecanismos de control virtuales, ni siquiera tengo la certeza de que alguna vez lleguen a existir. Lo único que, por el momento, se puede llegar a hacer es protegerse a uno mismo de los constante ataques de desinformación que la masa furibunda lanza a la otra masa como consecuencia de un ataque anterior. No ser parte del juego ya es estar formando parte de él, y creo que de forma correcta.

Una respuesta a “Los nuevos peligros generados por las redes sociales”

  1. Avatar de Nos mintieron – David Jiménez Flores

    […] venga acompañado de las diversas tácticas que los diferentes partidos políticos emplean en redes sociales con el fin de desestabilizar y polarizar a la sociedad, pero lo que resulta evidente es la […]

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