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No sé cuántos azules

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«No sé cuántos azules» o «vaya mierda de año». Esas eran las dos opciones de título, pero el artículo es fundamentalmente el mismo. Recuerdo muchos azules tal día como hoy, pero no hoy porque estamos inmersos en una puta mierda de año. Tal cual.

Quizá si no hubiera tenido lugar la serie de acontecimientos que propiciaron el caldo de cultivo perfecto para que una pandemia asolara a la sociedad más desarrollada de la historia estaría allí. Lo más probable sea que no, pero yo qué sabré a estas alturas. No me suelo ir de vacaciones en septiembre, pero hubo un año que me planté en México una semana similar a esta y anduve por América un par de ratos hasta que cogí el avión de retorno sin saber, ignorante de mí, que tres años más tarde estaría escribiendo estas líneas añorando lo que tuve y perdí sin querer ni merecerlo.

Un día como hoy me paseaba por las playas de Cozumel frente al Mar Caribe en su esplendor mientras respiraba una brisa marina de la que la cotidianidad me priva en mi día a día. También disfrutaba de una cerveza bien fría en un chiringuito rollo hippie o por el estilo, vaya usted a saber, y tomaba la foto que da color al artículo. Como si de una ventana se tratase, el limpio color azul en una infinidad de tonalidades se abría ante mis ojos proporcionándome todo lo que necesitaba para vivir, por lo menos en aquel momento.

He intentado quedarme a vivir allí, en ese instante en el que sacaba el teléfono e inmortalizaba la escena, pero lamentablemente no puedo porque es necesario que viva en el ahora por motivos evidentes. Pero he de reconocer que me gustaría ver de nuevo la inmensidad del mar abriéndose paso ante mí mientras pienso en cualquier cosa. Hay momentos que no tienen precio y sin duda alguna este se trata de uno de esos que no vendería ni por un millón de euros.

Ahora pienso en volver, más bien en la imposibilidad de hacerlo y tengo una lucha interna: por un lado me alegro de haber podido vivir para contemplar el espectáculo de la rutina del paraíso, pero mi otro lado me putea diciéndome que menudo añito llevamos y lo que nos queda, que la playa no la veo ni por la tele y que el Caribe queda ahora muy lejos. Ambas partes tienen razón, pero la guerra que se disputa dentro de mí acaba por cansarme y me mudo un rato a aquella orilla en la que fui feliz, como siempre, sin saberlo.

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