Esta noche saltaba la noticia: la vacuna de Oxford y AstraZeneca paraba sus pruebas en humanos al aparecer «una enfermedad inesperada» en uno de los voluntarios. Por si el 2020 nos comenzaba a aburrir, ha llegado el momento de plantearse algunas cosas, y ya de paso echarnos unas risas que falta hace.

De haber una mutación genética inesperada a causa de una vacuna, me pregunto de qué modo el mundo se iría al garete definitivamente. Se nos abre un abanico de oportunidades sombroso. Podemos ir a un fin más clásico, como el de The Walking Dead, dividirnos en tribus y matarnos entre nosotros sin que nos inoportune el hecho de estar infectados o no. La guerra es la guerra, amigo. Y como el dinero sería un bien inútil, la gente empezaría a buscar lo que de verdad importa para aquella cosa olvidada hace mucho tiempo: la supervivencia. Comenzaríamos como en marzo; primero vendría la escasez de papel higiénico y luego la del resto de cosas. La harina y levadura también faltarían, pero antes deberíamos empezar a construir hornos rudimentarios para realizar pan. Es en este punto en el que los habitantes de las casas con jardín cobrarían ventaja con respecto a los residentes en colmenas humanas también llamadas pisos. La gente de los pisos no podría hacer fuego en casa porque saldría ardiendo todo el edificio, aunque, claro, las quejas del vecino no importarían y podrías, sin ningún problema más allá de los planteados por la moral o la religión, arrancarle la cabeza cuando la asomara para cotillear por tu puerta.

La cosa cambiaría si los habitantes de las ciudades se agruparan al modo Banda Criminal Organizada por la Lucha Contra Pueblerinos Tocapelotas (BCOLCP, unas iniciales cojonudas, la verdad) y comenzaran a expropiar chalets al más puro estilo Hugo Chávez. Como no habría casas para todos, la cosa volvería a empezar y las hostilidades serían, y nunca mejor dicho, el pan nuestro de cada día. Al final quedarían los más fuertes, o por lo menos eso decía Darwin, y la especie saldría adelante con alguna dificultad y mermada en número. Bueno, no está del todo mal.

Luego se nos plantean escenarios más innovadores y violentos, de esos que uno no quiere llegar a presenciar. Está la conjunción entre Soy leyenda y Guerra Mundial Z. Los zombies drogadictos puestos de farlopa hasta las cejas que corren tras un pedazo de carne con patas como si les fuese la vida, o la muerte, en ello. No habría oportunidad de luchar en un cuerpo a cuerpo igualado contra estos individuos de velocidad y fuerza sobrenatural. Nos resignaríamos con correr delante de esos seres mientras mastican aire pensando en el intestino delgado de la presa en cuestión. No voy a mentir, es el escenario más jodido de todos, pero también es el único que presenta una solución.

En el escenario Soy leyenda, cuyo inicio es clavadito a lo de la vacuna que sale mal, habría incluso una opción para «revertir» a los bicharracos nocturnos que patrullan las ciudades desde el ocaso hasta el amanecer. Un pinchazo y toda esa panda de humanos rabiosos, en el sentido literal, volverían a su ser con algo menos de pelo y un poco más musculados. Luego la cosa no estaría tan mal dentro de la gravedad del asunto. Pero yo no quisiera vérmelas con los entes aquellos que rebuscan en las casas de noche como el hombre del saco.

Lo de Guerra Mundial Z tendría peor apaño. Se inventaría una vacuna de mentirijilla para vacilar a los zombies y proceder a su exterminación. Es decir, si te conviertes en uno de ellos, tu destino sería acabar muerto, más aún si es que se puede, mientras persigues a un pobre cebo dotado con un par de patas dignas de una gacela que atrae a la masa ingente de no muertos para matarlos del todo.

El último escenario que se me ocurre mola, pero no demasiado. Estaría basado en Zombieland. Es más o menos igual que el primero: zombies torpones que se comen a los despistados. Pero por lo menos te estarías riendo bastante tiempo. Sería un apocalipsis de coña; todo el mundo saldría a cargarse a lo que quisiera comerle y fuera. Jiji jaja y a seguir con la vida. No hay solución, pero por lo menos te partes la caja con tus colegas mientras destrozas cráneos putrefactos.

Y así es como no quiero acabar. Al menos eso espero, pero si tuviera que quedarme con uno, realmente no sabría muy bien qué decir. Yo prefiero quedarme más o menos así, escribiendo en mi teclado mientras que río por no llorar ante la situación que se nos plantea.

Si hacen lo mismo, por lo menos ahorrarán en lágrimas y disgustos y enseñarán la dentadura cuando no lleven la mascarilla puesta.