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Amnistía mental

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Andar repara la mente. Bueno, andar repara lo que sea siempre y cuando se realice correctamente. Se debe andar solo o en buena compañía, sin música en los oídos ni teléfono en la mano, con la atención puesta en lo que surja y, a ser posible, escuchando los sonidos que el paseo depara.

Me gusta andar. Llego mucho más lejos que corriendo. Durante el confinamiento poco he andado por causas obvias y me ha pasado factura física y mentalmente. Me he vuelto un poco majara, en ocasiones hasta algo paranoico. Es normal, he estado sesenta días encerrado en casa. Pero ahora ya no, ahora ya puedo salir a estirar las piernas.

Puedo andar por donde he caminado siempre, soy un tipo de costumbres. Mi rutina no ha cambiado en ese aspecto. Me aventuro en una de mis rutas y ando, ando hasta que finalmente me canso y decido volver a casa teniendo en cuenta que me queda, como mínimo, la mitad del trayecto (el de vuelta). Así de simple. No hay ropa extravagante, no hay relojes inteligentes, no hay marcas de tiempo ni objetivos. Lo único que hay es un tipo, yo, que sale a andar.

Cuando ando, pienso. Pienso en multitud de cosas; en ocasiones me monto auténticas historias en un periodo de tiempo reducido. Siempre me ha gustado pensar en la libertad y todas sus consecuencias. Ahora lo hago más que nunca. La libertad me hace libre, faltaría más. Pienso en situaciones en las que pudiera carecer de la misma, someto a mi pensamiento a crear historias en las que acabo preso, privado de libertad de movimiento y por extensión de mis paseos.

Hoy he pensado en multitud de cosas. De la mayoría ya me he olvidado, pero la idea de ser libre aún persiste en mí como un martillo pesado cuyo único fin es atormentarme. Ya sé que soy libre, de hecho, no creo que pueda serlo más, pero mi subconsciente se regocija de hacerme sufrir con la idea de la pérdida de libertad.

Por ello se me ha ocurrido un término que sinceramente no sé si existe: amnistía mental. Por decreto de la máxima autoridad competente, obviamente yo mismo, declaro a mi mente culpable de coartar la libertad de pensamiento. Además, deberá cumplir una pena por desacato a la autoridad competente y dejarme en paz al menos durante esta noche.

Que soy libre, joder, ya lo sé. Por eso, cabecita preciada, te pido que no me lo sigas recordando a cada paso. O sí, bueno, yo qué sé. Lo mismo me guarda de hacer tonterías. Quién sabe. Lo que sé es que hoy he dado un paseo y he pensado. Con eso me conformo.

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