Estos últimos días me los paso entre libros: los que leo y el que trato de escribir. Me lo paso bien, lo reconozco, pero en ocasiones me termino por agobiar sin motivo aparente o válido. Me repito una y otra vez la misma pregunta: ¿cuántas palabras debe tener una novela? Para terminar mandándome a la mierda continuamente.
Me siento a gusto, escribir y leer son dos cosas que si pudiera, haría a la vez. Obviamente son incompatibles en un presente inmediato, pero no estaría de más hacerlo. Ahora leo El cero y el infinito de Arthur Koestler y El hombre que quiso ser rey de Kipling. Todo está cojonudo cuando lees buenos libros. El que escribo es, con toda probabilidad, bastante peor que los que leo, pero por lo menos intento agitar mi mente para ver si termina cayendo algo de provecho.
No me estreso, eso se lo dejo a los demás. No tengo fecha para terminar de leer un libro o publicar el mío. Me relajo y disfruto haciendo lo que haga en ese preciso instante, para qué más si con menos se puede sentir feliz uno. Porque ya se puede salir a ver la luz del sol, o de la luna, sin infringir ley o decreto alguno y con eso ya hay mucho sumado al carro de la tranquilidad. Lo demás ya se irá viendo.
Leo y escribo, siempre en ese orden. No soy ningún maestro ni genio de la literatura, pero esa es mi ruta de escape de todo; no hay mayor paraíso que mi libro preferido ni mejor historia que la que se relata en mi mente.
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