Últimamente no veo demasiado la televisión. Estoy inmerso en mis cosas: leo, escribo y me entretengo con alguna película o serie. No obstante, a la hora de comer y cenar normalmente la televisión es la que resuena, básicamente para que el núcleo familiar se entere de lo que sucede en España y el mundo. Con esto del confinamiento y la pandemia, mi familia, que antes comía muy tarde, se ha hecho a nuevos horarios y algunos días comenzamos a comer antes incluso de que empiece el telediario.
El informativo va precedido de un programa de cotilleo de interés cero para cualquiera que busque entretenimiento, información o compañía de un nivel humano y cultural básico. No deja de parecer un Sálvame con la misma gente y en otro horario, es decir, una absoluta porquería. Hay ocasiones en las que esta gente, que se las da de periodistas de renombre por cazar la vida íntima de famosetes, pasa el umbral de lo aceptable, de lo humano y comienzan a ser miserables y no precisamente los de Víctor Hugo.
Hoy he sido testigo de la esperpéntica conexión en directo desde el cementerio de la Paz para cubrir el último adiós a Álex Lequio, hijo de Ana Obregón recientemente fallecido. No conocía más que una pincelada de la historia de este chico y no deja de apenarme el hecho de que fuera joven y vital, pero la degradación moral de los medios que han cubierto al milímetro todo el duelo de la familia es como para bajarse del mundo. La presentadora comentaba, como si de un evento deportivo se tratase, cómo la familia abandonaba el cementerio.
Todo el circo mediático montado me ha dado mucho asco. No entiendo qué interés profesional o humano hay detrás de aquel esperpento. Supongo que la gente lo verá por el morbo, digo yo. Pero lo que la masa ignora es que morbo viene del latín morbus/i que significa enfermedad. En efecto, la gente está enferma de la mente. Pegan sus ojos a la televisión y ponen toda la atención necesaria para ver si un timador se ha ido a una isla de Honduras o si una madre que ha perdido a su hijo termina por venirse abajo. No hay más palabras para describir a esa estirpe nacida de la televisión que miserables.
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