Se conoce como Síndrome de la cabaña al trastorno asociado al miedo por salir de casa. Debido a la situación de confinamiento y enfermedad que estamos viviendo, mucha gente dice sufrir este trastorno y no me extraña lo más mínimo. Se podría decir que también tengo este síndrome, aunque no tenga miedo a salir de casa.
He encontrado, como lo he hecho en mis veinte años de existencia, en mi casa un lugar apacible, vacío de personas ingratas, desagradecidas o maleducadas. Mi casa es mi reducto frente a la imbecilidad del mundo y siempre será así. Es un sitio acogedor que me atrapa y me acaricia cuando aparezco por allí desolado por cualquier cuestión que suceda fuera. Allí me siento bien, me siento a gusto. No hay motivos por los que pueda llegar a pensar que sufro un trastorno de la conducta; creo que simplemente he desarrollado cierta animadversión hacia la gente por ser, en su inmensa mayoría, carente de interés alguno. La bondad brilla por su ausencia y como mejores amigos tengo a mi perros.
Soy un tipo raro, lo sé. Pero soy mi tipo raro, qué le vamos a hacer. Mucha gente está experimentando el mismo proceso por el que pasé yo y ahora no encuentra nada atractivo en su inminente fuera. Me gusta viajar; me gusta mucho viajar, no obstante, cada vez que me cruzo con algún indeseable por las calles o lugares que suelo transitar me dan ganas de encerrarme en mi casa para leer por siempre. No se puede vivir así y termino saliendo. Las cosas malas llevan en ocasiones a buenas reflexiones. No es que me sucedan muchas cosas malas, es que creo que de las que me han sucedido, he aprendido lo que me pueden haber enseñado. Ahora son un tipo con afanes de ermitaño, pero bastante sociable a la vez. Sociable con quien me da la gana, como suele decir mi madre.
Ya no salgo de fiesta porque no encuentro nada que la noche, el alcohol o alguna otra sustancia pueda aportarme. Esto lo digo totalmente en serio. Ya no le veo la gracia a todo eso, me gusta hablar con mis amigos y preguntar cosas interesantes para que me respondan lo que les dé la gana. Así funciona mi concepto de diversión. De momento no me va mal, tampoco demasiado bien porque se deben encontrar a las personas adecuadas para reunirlas en el lugar y momento idóneos. Es complejo, pero merece la pena.
Encuentro entretenimiento en los libros o en el proceso de escribir. La gente me gusta cada vez menos y me pregunto muchas veces por qué aguanto a pesados en las redes cuando trato evitarles en la calle. De ahí que por ahora siga sin ninguna red social instalada en el teléfono. Tengo Twitter en el iPad y a Dios gracias.
No vivo en una cabaña, aunque muchas veces he amenazado a mi familia con convertirme en un Thoreau del siglo XXI e irme a vivir al bosque. Me moriría de hambre a la semana pues no tengo ni idea de cazar o cultivar. Además, más que una amenaza, mis padres lo verán como un sueño. Soy un tipo profundamente raro, pero qué le vamos a hacer.
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