Sigo en mi particular cruzada contra el uso de redes sociales, más bien contra el mal uso de las mismas. El problema es que una vez dentro de sus tentáculos es prácticamente imposible zafarse de ellos. Yo ya lo he hecho en alguna ocasión, sin embargo, terminaba teniendo que sumergirme de nuevo en ese universo virtual para pescar noticias y entrevistas para Leteo.
Ahora he vuelto a salirme, espero que definitivamente. Instagram simplemente me parece una herramienta inservible para mí, Twitter es diferente. La red del pajarito la mantengo en el iPad pues es el medio más rápido para enterarse de todo, pero de ahí no paso. Ya no entro en discusiones políticas porque no hay fin; así con todo.
Antes he recordado entre risas un artículo que escribí en Leteo en el que hablaba sobre la experiencia de ser un druida sin redes, una especie de monje en reclusión personal. En el artículo en cuestión narraba mi aventura comiéndome una hamburguesa solo y sin la compañía de redes sociales. En definitiva me limité a comer en paz, observando lo que sucedía a mi alrededor. Una experiencia muy gratificante sin duda alguna.
He vuelto a desinstalar las redes sociales de mi teléfono pues el tiempo que en ellas pasaba absorbido por un mundo virtual era escandaloso. Ahora creo que vivo mejor, o al menos más tranquilo (si cabe).
No es que me dé igual el mundo, es que al mundo le doy igual yo. Todos salimos ganando.
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