Somos espectadores de lujo para una tragedia griega que se torna cada vez más real. El problema de todo esto es que no nos damos cuenta de que somos espectadores y partícipes a la vez de la tragedia. Llevo muchos días pensando en que realmente estamos haciendo historia, en que en los libros de texto de los años venideros se estudiará esta época con algún nombre catastrófico como la Nueva Gran Depresión o el Año de la cuarentena. Quedaremos retratados como lo que somos en una amplia mayoría, una panda de descerebrados que no saben ni quieren saber.
Mientras centenares, sí, centenares, de personas fallecen a diario a causa del COVID-19, hay gente que se dedica a hacer otra serie de cosas; cosas sin sentido de ningún tipo y menos digamos sentido del humor. La mayoría de la gente tiene la gracia en el culo, de ahí que admire a las personas verdaderamente graciosas por naturaleza o circunstancia. Como la gracia está en el culo, los que quieren tenerla chupan el trasero de turno hasta blanquearlo, dejándolo incoloro y repasado. Así se crean los programas televisivos y basurientos que se emiten por televisión con personajes deleznables como Jorge Javier Vázquez a la cabeza. Este tipo se ha dedicado durante su dilatada carrera en el programa, por llamarlo de algún modo, de televisión emitido por Tele 5 Sálvame y sus variantes a difamar y narrar aventuras de famosetes para que las ancianas se entretengan en casa.
A mí no me gusta el programa de por sí, pero es cierto que soy un tipo bastante raro. No tengo idea alguna de los nombres de los colaboradores o los temas tratados en ese espacio que ocupa toda la tarde en una cadena televisiva importante. No me gusta ergo no lo veo. Así de simple. Lo preocupante del asunto viene a continuación; normalmente cuando se mezcla cotilleo barato, incultura y política sale un cóctel poco recomendable, pero con altas dosis de populismo que logra enaltecer a las masas. Las masas que, por otro lado, ya han tornado de oprimidas a opresoras siguiendo su verborrea infecta, pero eso para otro día. Ayer, el presentador dedicó tiempo para hablar de un tema del que tampoco estoy demasiado informado ni deseo estarlo. Un periodista, Alfonso Merlos, ha sido pillado en una infidelidad, o algo así, con una periodista que trabaja en Socialité, otra de las delicias de la telebasura. Bueno, pues se han dedicado horas y horas a hablar sobre el tema no sé exactamente con qué fin. Más allá de que me parezca absurdo meterse en la vida personal de la gente sin ningún fin más allá de hacer daño, me asusta el puritanismo que han demostrado varios representantes del espectro político progresista.
Jorge Javier Vázquez montó ayer un numerito de esos que es digno visionar aunque termine por lamentar la poca cultura televisiva que existe en este país. En el marco de esta infidelidad, el presentador pronunciaba un discurso digno de un político totalitario de algún país caído en desgracia. Os dejo el vídeo que no tiene desperdicio alguno:
Ada Colau no dudó ni un instante en calificar al acto como de valentía y lucha contra el fascismo. Yo, a todo esto, miraba cómo la sociedad se iba definitivamente y sin remedio a la mierda. Un acto de acción antifascista sería que semejante sujeto grite, impida hablar a un tertuliano y acabe arrastrándose por los suelos del plató. Yo no salgo de mi asombro. Acto seguido, la alcaldesa de la ciudad condal ponía el hashtag #rojoymaricon en clara alusión al comentario obsceno del presentador.
He de reconocer que me da mucho asco, no él como persona, sino la superioridad moral que rezuma. No por ser rojo o maricón te puedes considerar mejor persona que alguien heterosexual y de derechas, es más, puedes llegar a ser un despojo social de igual modo que lo puede ser el resto de la gente.
No sé si en Sálvame sólo habrá rojos y maricones, pero tontos, tontas y payasos los hay por un tubo.
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