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La vida tranquila

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Me gusta leer artículos, bueno, leer en general, pero los artículos vienen muy bien cuando se ha terminado una gran lectura y aún se espera encontrar la siguiente. Normalmente, y hablo por mí, cuando se termina un libro bueno, y si es largo el efecto se acentúa, se deja un periodo de tiempo para asimilar todo lo que ese libro significa. Puede que haya sido una lectura breve, fruto de un fin de semana de vicio lector, o una lectura ya larga y madura de esas en las que lector y autor se miran a la cara ya conociéndose. El caso es que en ese periodo, a veces largo y otras muy corto, los artículos son muy útiles para no perder el hábito lector; además se comienza a descubrir el género periodístico y sus figuras más ilustres. Un género, por cierto, denostado en múltiples ocasiones con algo de razón, pero con personas que escriben y piensan de maravilla.

Leía yo, no me acuerdo si ayer u hoy temprano, un artículo de Pérez-Reverte en el que reflexionaba sobre vivencias, las estrellas, el mar y viejos compañeros de vida. Lo cierto es que no soy muy dado a la mar, por aquello de que soy de la Meseta, y tampoco conozco bien las estrellas, pero he de reconocer que es una de mis aficiones frustradas. En muchas ocasiones miro al cielo de noche pensando en qué constelación será esa o aquella, alguna vez consigo encontrar algo reconocible, pero la mayoría de ocasiones me pierdo en la inmensidad del cosmos. Lo que decía en definitiva don Arturo es que somos una minúscula e insignificante parte de algo dentro de un infinito universo. Razón no le falta y me suscribo a sus palabras.

Yo padezco de un síndrome que todavía no me he aventurado a calificar; tengo la capacidad de ser dos personas en una, pero no, no sufro un trastorno de personalidad múltiple ni nada similar. Creo que mi mente funciona de aquel modo y de vez en cuando sufro episodios de lo que yo denomino locura transitoria o ida de olla así de estar por casa. Soy un ávido lector y un tipo que en ocasiones roza el estoicismo, pero en algunas ocasiones se me pira la pinza y hago cosas de las que luego me arrepiento. Es cierto que cada vez me ocurre menos, pero no deja de inquietarme. Antes me daba por las apuestas, no piensen mal; creía haber descubierto alguna clave para ganar dinero y en ocasiones funcionaba. Otras veces siento impulsos irracionales por comprarme cosas como cámaras o teléfonos. Lo bueno de esto es que mi parte mala, mister Hyde, algo piensa y termino adquiriendo cosas que posteriormente puedo vender sin perder dinero. Los peores episodios son los de los negocios, ahí se me va la cabeza a base de bien. Recuerdo una ocasión en la que quería montar una empresa ecologista, otra en la que quería dedicarme a la compra-venta de libros, pasé por desear montar una editorial y también abrí una tienda de cosas para tortugas con productos de Amazon para ganar comisiones a través de programas de afiliados. Bueno, las cosas que tiene la vida, digo yo.

Cuando recupero la cordura me doy cuenta de que esa parte de mí es demasiado irracional e impulsiva. La tengo siempre contra las cuerdas y me digo «David, no necesitas esto o lo otro» o «céntrate en escribir y leer que es lo que te hace feliz» y es verdad. Pero luego el hijoputa ese que llevo dentro me dice «chaval, no te lee ni Dios, ¿cómo pretendes ganarte la vida así» y me digo «joder, pues es verdad, ¿qué hacemos ahora?» y ya tenemos el lío montado. La suerte es que la mayor parte del tiempo soy así, como me intento reflejar en los artículos que publico, menos mal.

Muchas veces pienso en cómo hacer dinero para poder llevar una buena vida que me permita hacer lo que quiero, que no es más que viajar, leer y estar tranquilo con mi familia. De ahí mis ocurrencias. Luego me doy cuenta de la cantidad de estupideces que hago y termino siempre en el mismo sitio: aquí, escribiendo en un blog, en un periódico digital o en uno de mis cuadernos. Cuando pienso que las cosas me van mal reflexiono profundamente sobre ello para terminar dándome cuenta de que soy un tipo muy afortunado aun sin poseer una fortuna material; he ahí el asunto. La vida que deseo no es más que una prolongación temporal de la que llevo ahora, sólo que ganando lo suficiente haciendo lo que me gusta para permitirme lo que ahora corre a cargo del esfuerzo de mis padres.

La vida simple es por definición sencilla. Lo sencillo lleva a un estado anímico en el que no se necesitan grandes cosas para ser feliz o por lo menos intentarlo. Así me gusta imaginarme siempre que puedo, pero no siempre es así. De vez en cuando se me va la olla en cosas superfluas e innecesarias. Como cuando vi la película de Steve Jobs y desmonté un ordenador. Que qué buscaba, pues no lo sé la verdad, pero así soy yo cuando no soy yo, pero esa historia para otro día.

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