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A mí no me callan

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Decir que he sido indulgente con el Gobierno sería una temeridad y una mentira. Tampoco debería decir algo que no conviene porque sería ilógico además de ir contra mis principios como persona. No obstante, el tema censura y depravación de un Gobierno con aspiraciones totalitarias bolivarianas no lo he tocado demasiado y parece haber llegado la hora.

El régimen instaurado en España tras la Constitución de 1978 se caracteriza por el avanzado grado de libertades individuales y colectivas además de un estado de bienestar que crea un sustrato de salud social casi sin parangón. En España gozamos de libertad de prensa, de expresión y de reunión de tal modo que damos por sentado que podemos hacer lo que nos dé la gana, siempre y cuando se encuadre en el marco legal constitucional, sin represiones gubernamentales de ningún tipo. Nos hemos relajado y nos están comiendo la tostada.

El poder corrompe. Eso lo sé yo y la tía de cualquiera. Está comprobado: cuando alguien engancha el poder, si puede no sale de ahí; se atrinchera vulnerando las leyes que haga falta y brincando sobre los derechos fundamentales de las personas. Sólo hay que echar un vistazo a Venezuela, Cuba, China o Rusia para ver que negarlo sería una memez de dimensiones colosales. Gracias a las normas de un sistema democrático occidental, el poder está controlado por el pueblo, más concretamente por unos comicios celebrados cada cuatro años que permiten al pueblo evaluar la gestión de sus gobernantes y poder cambiarlos; así de simple.

El problema viene cuando se manipulan las reglas del juego. No es lo mismo jugar con un dado normal que con uno trucado: esto es en esencia lo mismo. La arbitrariedad de los elementos que deben ser imparciales se corrompe formando una masa heterogénea de mierda que acaba rebosando. Lo bueno del asunto es que cuando esto sucede, asoma de tal modo que es visible para los ciudadanos más perspicaces y luego para el resto. Lo malo es que normalmente cuando rebosa ya es imposible de desincrustar.

En España tenemos actualmente en el Gobierno a un tipo, que hace las de presidente, enganchado al poder, es un yonqui de las cámaras; luego está el declarado admirador del modelo chavista que ha llevado a Venezuela a ser un estado fallido. También aparece en escena una portavoz que se perdió las clases de oratoria y gramática, un ministro que se reúne con una mandataria venezolana en Barajas para hacer intercambio de maletas que nadie sabe qué transportaban. También hay un fulano que maneja la sanidad y es graduado en filosofía, noble disciplina, pero completamente inútil para llevar el apartado técnico de la salud. Una ministra que dice ser de igualdad que se ha hecho más test que la mayoría de sanitarios. Luego está un astronauta que juega a ponerse mascarillas en un programa de adoctrinamiento infantil y una ministra de trabajo que se dedica a destruirlo y a explicar, para que nadie entienda, cómo los ERTES no cuentan en el paro o algo así. Esta es la clase de gobernantes que llevan el timón de España.

El último informe del CIS, institución conocida por su nula parcialidad, crea sesgos ideológicos en las preguntas de tal modo que a los preguntados nos les queda más remedio que contestar lo que les dicen. La calaña de Tezanos, el que lleva este tinglado, se podría asimilar a la de cualquiera en el Gobierno si no fuera porque ya es uno de ellos. Así, se ha publicado un informe con preguntas sobre posibles mandatos de Pablo Casado o la posibilidad de centralizar la información para que sea sólo el Estado el que pueda comunicarla. Sí, el Estado, cuyos medios de comunicación nos mienten a diario. Los demás medios quedarían relegados porque la información sería de un único poseedor: el Gobierno. Iba a decir Gobierno de turno, pero a este paso, ni turno va a haber.

Hoy me han llegado reportes de usuarios de Facebook quejándose de la eliminación de una foto del Rey, de Felipe VI que no es precisamente un elemento sospechoso de bulo, farsa o mentira, sino un baluarte de lo poco respetable que queda en este país. En Twitter pasa algo similar: la red social del pajarito banea a los usuarios críticos con el Gobierno o su gestión. No se puede poner el hashtag #sánchezdimisión porque los tuits son eliminados al momento. Los usuarios más atrevidos quitan la «z» final del apellido del presidente y a probar suerte.

Los supuestos organismo de fact-checking se han convertido en agencias gubernamentales contra la propagación de ideas contrarias al Gobierno o su gestión. Se censuran artículos y opiniones sólo porque incomodan a la panda de la Moncloa. Estos supuestos entes verificadores trabajan codo con codo con el poder para ver si les cae una gotita de subvención o coloque en algún puesto molón e importante. La bajeza moral de algunos parece no tener límites y el pueblo se está comenzando a cansar.

De momento, y espero ser un exagerado, puedo seguir escribiendo estas líneas a diario, pero veremos cuánto dura el asunto. Tengo una cosa clara: a mí no me callan.

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