No me sigas en redes, por allí hace mucho que no me ven.

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Simples piezas

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Lo bueno y lo malo da para echarse un buen rato en la cama, sillón o hamaca de turno y pensar mucho. Pensar bien. Yo suelo hacerlo habitualmente; pienso tranquilamente en lo que me da la gana, pero en estos tiempos, mis pensamientos están algo coaccionados por la realidad más dura, fría e inhóspita que he encontrado desde hace mucho tiempo. Pienso en la catástrofe, en su rigen y en sus consecuencias. En las negligencias y en los beneficiados. En los perjudicados y en los fallecidos. Pensar está bien, pero estos días acaba uno muy cansado de todo.

Lo malo del cansancio emocional, término que por supuesto acabo de inventar y utilizaré sin conocimiento alguno de previas connotaciones, es que no es como el físico; el cansancio emocional te inquieta, te sube las pulsaciones y no te deja dormir. Te dice cosas al oído cuando todo parece estar tranquilo y te empuja a ser más irracional e impulsivo. Es una jodienda, pero es nuestra jodienda.

Ya prácticamente no veo televisión y utilizo las redes sociales cada vez menos, sólo para informarme y publicitar esta serie de cosas que escribo por aquí a diario. Me gustaría no tener redes sociales, sería un impedimento menos para centrarme en lo verdaderamente importante, aunque primero tendría que delimitar lo que eso significa. Como integrante de las redes, puedo desconectar, en teoría, cuando quiera, sin embargo, notificaciones bombardean el teléfono e inundan mi habitación con sonidos y zumbidos evitables y molestos. No me queda más remedio, por aquello de que soy medio tonto, que terminar cogiendo el teléfono y sumergirme en un viaje hacia la deriva por las redes.

Durante estos días he leído bastantes cosas relacionadas con el origen del coronavirus: que si es un castigo divino, que si han sido los yanquis o que si la Tierra nos está dando un toque de atención. Yo ya no sé nada, pero estoy a punto de llegar a una conclusión: somos gilipollas aposta y sin remedio.

Algunos creen que ha sido el Dios del Antiguo Testamento el que se ha reencarnado en virus para jodernos bien. Lo de que Trump metió el virus en China, también. Y que la Tierra nos avise, pues yo qué sé. Lo que está claro es que la humanidad ha sucumbido a un elemento de la naturaleza muchas veces (soy de letras) más pequeño que un milímetro. Dicho elemento carece de inteligencia y personalidad además de necesitar un huésped para vivir, algo así como alguno que yo me conozco cuyo tamaño es visible a metros de distancia.

No tenemos remedio alguno. Creemos que vamos a cambiar, como lo hicimos tras el Crack del 29 o la crisis del 2008, ¿no? Pues no. No vamos a cambiar una mierda porque la especie humana se caracteriza por eso, por querer dominar todo sobre lo que no tiene dominio alguno y no cejar en su empeño, por inútil que sea, de superarse en imbecilidad generación tras generación. Al final va a resultar cierto que no somos más que piezas en un tablero de dimensiones colosales, mundiales diría yo.

Una respuesta a “Simples piezas”

  1. Avatar de mesabele

    Pronóstico no tan errado.

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