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La evidente carestía

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Ha pasado casi un mes desde que se decretó el estado de alarma y el consiguiente confinamiento de la población en sus casas. Posteriormente vendrían las restricciones para trabajar y finalmente la prohibición de hacerlo en todos los sectores que se consideran no indispensables. De modo que la mayoría de los trabajadores han recurrido al acatamiento de la ley: están en casa.

Durante los primeros días de confinamiento se hicieron virales las imágenes de gente agolpándose en los supermercados comprando rollos de papel como si limpiarse el culo en hogares con ducha y agua caliente fuera la única necesidad. Como consecuencia, el papel higiénico y todas sus variantes, servilletas o rollos de papel de cocina, quedaron agotadas. La «primera ola» de necesidades de un pueblo que no está acostumbrado a pasar por estas situaciones había comenzado. También fuimos testigos del incesante goteo de carritos llenos de legumbres, pasta y conservas. La prioridad era poder asearse correctamente y disponer de comida como para sobrevivir un año.

Poco a poco la cosa comenzó a tranquilizarse y los telediarios abrían diciendo que la gente se había calmado y que no nos preocupáramos porque el abastecimiento de los productos de primera necesidad en los comercios de alimentación estaba asegurado. Total, muchos nos vimos en una situación precrisis y pensamos «ya está, la cosa ha vuelto a su cauce». Pero no esperábamos ir al súper a las once de la mañana y llegar a la hora de comer. Las colas kilométricas son dignas de foto para el recuerdo. Sólo pueden acceder un número bastante limitado de usuarios al interior de las tiendas, deben permanecer separados en todo momento, es obligatorio el uso de guantes y muy recomendable el de mascarillas; la misma gaita que lleva sonando tres semanas.

Nos aseguraron que habría de todo cuando la realidad es diferente. Hay quienes todavía no desean abrir los ojos ante la evidencia al alcance de todos: no hay de todo para nadie. Ni siquiera si puedes permitirte comprar lo caro. Las estanterías relucen vacías como si de su estado natural se tratara. La fruta o el pescado brillan por su ausencia. Si se va a un supermercado no puedes ser engañado por los sentidos; entras con dinero y la despensa vacía y sales con menos en el banco, pero con la despensa a la mitad. No se pueden prometer cosas que no puedes hacer cumplir.

La verdad se basa en la demostración de algo que es cierto, la mayoría de ocasiones se trata de obviedades: si llueve, las cosas al descubierto de mojan. No obstante, últimamente se tienen por ciertas cosas que no deben recibir tal consideración. Si no hay de todo, no hay. Al menos los ciudadanos terminarán por estar informados y sabrán las limitaciones del sistema y las empresas; además, comenzarán a creer en sus gobernantes, que no está nada mal.

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