Marx dedicó un par de páginas al final de su producción para definir aquello de lo que tanto había hablado en El capital: las clases sociales. Se trata de un concepto fácilmente entendible y cuya validez está en entredicho. Se podría calificar como medieval; en ese contexto tendría bastante más sentido. Los nobles, el clero y luego los pobres que curraban de sol a sol para no morir aquel día.
Hoy ha perdido casi todo su sentido en la sociedad occidental en la que nos encontramos. Es cierto que en países como India sigue vigente porque la religión mayoritaria estipula que debe ser así. Un único sistema de castas, cerrado desde el nacimiento hasta la muerte: si naces siervo, siervo morirás y se acabó. Aquí las cosas hace mucho que no funcionan así; existe un sistema que garantiza, o por lo menos lo intenta con bastante eficacia, la igualdad de oportunidades entre ciudadanos. De tal modo que cualquiera puede alcanzar un objetivo con más o menos esfuerzo.
Sin embargo, todavía existe gente que se empeña en clasificar a la sociedad de este modo. Existe la casta y la clase obrera, así, todo homogéneo y cojonudo. Los unos no pueden ser lo otro y los otros tampoco pueden aspirar a lo uno. El que nace obrero, por mucho que arriesgue, emprenda o trabaje, va a ser obrero de por vida: ajo y agua que se solía decir. La vida, vista así, es una jodienda. La realidad, vista como quieras, es diferente. La gente tiene acceso a la educación, a universidad y puede llegar a formarse bien. Algunos seguirán perteneciendo a la clase en la que nacieron, pero muchos otros rotarán y se posicionarán en otro lugar en el mundo. Nuestra sociedad es móvil.
Pablo Iglesias, Vicepresidente Segundo del Gobierno de España, afirmaba en una intervención de TVE que «el virus entiende de clases» y se quedaba como Dios defendiendo la renta básica universal. El virus, por ser una mierdecilla de RNA, no entiende de clases ni de nada en general. Supongo que entenderá de reproducirse y esas cosas que hacen los microorganismos. Pero de economía o sociología seguro que entiende poquito. Es verdad que no es lo mismo estar encerrado en un piso de cincuenta metros cuadrados que en una mansión de Galapagar, ahí la razón es indiscutible. Muchas familias deben convivir en reducidísimos espacios supuestamente habitables cuyo metro cuadrado vale su peso en oro por alguna razón inmobiliaria.
Lo que sucede es que queda muy mal eso de defender la causa ajena siendo agente de crítica de tu propio argumento, Pablo. Si las clases sociales existieran, tú pertenecerías a una de las más antiguas y poderosas: los gobernantes. Y no precisamente de la estirpe de Marco Aurelio que se vestía con algo similar a un saco de patatas, sino de los despóticos, que no son tiranos porque se les vería el plumero antes de lo previsto. Lo lógico es que para defender cosas que incumben a dos grupos, por definición uno oprimido y otro opresor, se esté en uno de ellos, preferiblemente de la parte menos favorecida. Por lo menos el artificio mediático no ha disimulado la ridiculez del sujeto: una mujer, Ministra de Igualdad, que se ha realizado varios test de coronavirus mientras que nuestros sanitarios caen como moscas por falta de material.
Quién te ha visto y quién te ve.
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